“Estados Unidos y Europa son hipócritas con la droga: persiguen al traficante en lugar de al consumidor, que es el que crea el problema”. Confieso que la frase, que escuché a un viejo periodista hace unos meses en Ecuador, me dejó atónito, incluso indignado. Pero, después de una temporada más larga por Latinoamérica, el narcotráfico se ve de otra manera.
Media América, de Río Grande al Amazonas, sangra alrededor de los caminos de la cocaína. Imaginen una gran nariz en Estados Unidos, una gran aspiradora que esnifa un humo pestilente que nace en Colombia y pudre todo lo que se encuentra en su camino hacia el norte. Se pueden ver las heridas sobre los mapas: zonas enteras donde cada semana es un 11M, donde lo raro es que un día termine sin algún muerto a balazos.
La droga mata, pero no sólo en Occidente. La violencia que genera el narcotráfico y sus mafias se lleva muchas más vidas que las sobredosis. Es cierto, el adicto es un enfermo y, como tal, irresponsable. Pero más cornadas da el hambre. Para muchos la droga también es una necesidad, casi la única opción de vida.
España ha duplicado su consumo de cocaína en los últimos diez años. Ya somos el primer mercado europeo, proporcionalmente tan buenos clientes para las mafias como Estados Unidos. El periodista ecuatoriano tenía parte de razón: Occidente es hipócrita, como las sociedades victorianas que persiguen a las prostitutas pero toleran a los que las contratan. Aunque no creo que la solución sea castigar al consumidor, tal vez habría que probar con dejar de prohibir el tráfico.
Hoy, nuestro ocio es su muerte.
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