Arsenio Escolar
Publicado por primera vez en Cinco Días, en septiembre de 1999
Hace casi sesenta años, en diciembre de 1939, el sociólogo norteamericano Edwin H. Sutherland, uno de los padres de la criminología moderna, presentó en el congreso anual de la American Economic Society, que se celebraba en Filadelfia, una ponencia que hoy es histórica.
Se titulaba White-collar criminality (Delincuencia de cuello blanco), y en ella Sutherland no sólo acuñaba este término – que se ha popularizado en la mayoría de los idiomas, y que sin duda es una de las expresiones que definen el siglo XX-, sino que además teorizaba por primera vez sobre “los delitos de la clase alta compuesta por personas respetables o, en último término, respetadas, hombres de negocio y profesionales”.
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Unos pocos años antes, algunos colegas de Sutherland habían comenzado a calificar como proletarios de cuello blanco, miembros por tanto de la misma clase social que los proletarios de mono industrial, a los cientos de miles de administrativos y empleados de oficinas que se habían echado a la calle, a la protesta social, tras su súbito empobrecimiento por la crisis bursátil de 1929 y la Gran Depresión.
Sutherland tomó una parte de esa expresión para formar la suya, que ha sido mucho más longeva: hoy sigue viva (por desgracia, mucho), pese a que algunos hablantes se lían en su uso y confunden los delitos de cuello blanco con los de guante blanco. Éstos son otros, los de mi tocayo Arsène Lupin, los de los ladrones “sin fuerza en las cosas”, como diría un jurista, los que roban una valiosa esmeralda del quinto sótano de un banco no sólo sin recurrir al butrón y la lanza térmica, sino sin romper siquiera un cristal.
“La delincuencia de cuello blanco en el mundo de los negocios –escribía Sutherland– se manifiesta sobre todo bajo la forma de manipulación de los informes financieros de compañías, la falsa declaración de los stocks de mercancías, los sobornos comerciales, la corrupción de funcionarios realizada directa o indirectamente para conseguir contratos y leyes favorables, la tergiversación de los anuncios y del arte de vender, los desfalcos y la malversación de fondos, los trucajes de pesos y medidas, la mala clasificación de las mercancías, los fraudes fiscales y la desviación de fondos realizada por funcionarios y consignatarios. Éstos son los que Al Capone llamaba los negocios legítimos”.
Curiosamente es al citado Capone a quien se le atribuye si no la paternidad directa sí la indirecta de otras genuinas expresiones del siglo XX. Cuentan que sus bandas mafiosas llenaron Chicago de lavanderías (laundries) con las que justificaban ante las autoridades sus ingresos y su creciente riqueza. De ahí que se le llamara a esta práctica lavar dinero (to launder money) y que a los citados fondos de origen ilegal se les calificara como sucios (dirty) o negros antes de pasarlos por las lavanderías y blancos o blanqueados después.
Al igual que el white-collar criminality de Sutherland, los términos del mundo de Capone han sido adoptados o traducidos del inglés por muchas otras lenguas. Con algunos matices. El francés, por ejemplo, distingue entre argent noir (el que procede de actos delictivos) y argent gris el que tiene origen legal, pero escapa al control del fisco). Para el Diccionario de la Real Academia Española, dinero negro es “el obtenido ilegalmente”, o sea, el noir francés, pese a que, en el habla cotidiana, cuando el vendedor de un piso le pide al comprador que le pague una parte en negro se refiere más bien al gris galo, a que una determinada cantidad se le entregue de modo que no lo detecte Hacienda.
Esto de regatear a Hacienda es actividad que ha generado en español tropos literarios, sobre todo metáforas, de un cierto mérito. Un ejemplo. Al país o lugar donde uno apenas paga impuestos se le llamó tax haven en inglés. Haven es “puerto, refugio”, pero algún traductor poco avezado o algún hispanohablante duro de oído debió de confundirse con heaven, que significa “cielo”, y trasladó el tax haven al castellano como paraíso fiscal, mejorando brillantemente la expresión original inglesa.
Otro ejemplo. A la actividad de mover rapidísimamente el dinero negro de una cuenta a otra, de un banco a otro, de paraíso fiscal a paraíso fiscal, para evitar que las autoridades le sigan la pista se le ha llamado efecto helicóptero. ¿Por qué? Porque las muchas y rápidas vueltas del dinero recuerdan las muchas y rápidas vueltas de las hélices de esa aeronave, y, si el movimiento cesara, en un caso se desplomaría el aparato y en el otro el delincuente.
Uno de los efectos helicóptero españoles más espectaculares lo ha protagonizado el ex director de la Guardia Civil Luis Roldán. Mil millones de pesetas de sus pillajes andan saltando mares y océanos desde hace cinco o seis años, sin que por el momento parezca que se le vaya a romper la hélice.
Como Capone, Roldán también es padre indirecto o inspirador de algunas expresiones brillantes, de mérito literario. Cuando Roldán se fugó de España y de la acción de la Justicia, otro alto cargo de la etapa socialista, el ex gobernador del Banco de España Mariano Rubio estaba siendo investigado por presunto delito fiscal, en un procedimiento que finalmente acabó sobreseído. Creo que fue otro alto cargo socialista, el entonces presidente de la Comunidad de Madrid, Joaquín Leguina, quien resumió la situación con este juego malabar:
“El jefe de los guardias se ha fugado con la pasta y al jefe de la pasta le hemos puesto guardias para que no se fugue”.
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