Medallitas

El Ayuntamiento de Gallardón ha decidido conceder la Medalla de Honor de la Villa de Madrid a la duquesa de Alba. El rojerío se queja, con razón, y se pregunta por los méritos de la mayor terrateniente de España, más allá de cuidar bien su notable patrimonio. Ya protestaron los jornaleros, hace unos años, cuando la Junta de Chaves honró a la duquesa como hija predilecta de Andalucía. Ya protestaron y les dio igual; así que espero que la ejemplar duquesa gane pronto la medalla al Trabajo, que ya tardamos.

Al hilo de la noticia, he revisado los demás premiados de Honor en Madrid y he descubierto que vamos a mejor. En el año 1995, Madrid entregó esta medalla a la Virgen de la Paloma; así que lo de la duquesa es un avance porque al menos tenemos la certeza de que no es un personaje imaginario. Qué tiempos. El alcalde Álvarez del Manzano defendió la condecoración argumentando que “el pueblo de Madrid se postra mayoritariamente ante la Virgen de la Paloma”, cuya fe es “incuestionable”. La medalla fue aprobada por unanimidad. Sólo protestaron los evangélicos.

Pero no hace falta retroceder 15 años para encontrar condecoraciones de lo más aconfesionales. Hace unas semanas, en Sevilla, el socialista Alfredo Sánchez Monteseirín impuso, por la vía de “urgencia”, la Medalla de la Ciudad a la Esperanza de Triana. El alcalde acababa así con una injusticia histórica: que esta virgen no tuviese esa misma distinción que ya lucen en su frío pecho la Virgen de los Reyes, el Gran Poder y también la Macarena. Ésta última imagen, por cierto, es la que también sale en procesión con el fajín de Queipo de Llano, aquel general golpista que arengaba a sus tropas justificando que violaran a las mujeres republicanas. Pero que nadie proteste, que no hay que ser guerracivilista. Que la memoria histórica no sólo es pasado imperfecto, sino también un presente de lo más irregular.